A finales de septiembre, por efectos del huracán John, en el punto del Tezoquite, en el valle de siembra de flores de temporada y de col, lechuga, rábano, cilantro, cebolla y pipisa, en el barrio de El Santuario de Tixtla, “no se veía el terreno, estaba bien tapado todo de agua”. Ya se habían echado pacholitos (las semillas de las flores de cempasúchil, nube y terciopelo) y antes de que los tallos se pudrieran por el exceso de agua, la carrera para los campesinos de la zona fue para rescatar el mayor volumen de lo sembrado en el marco de este Día de Muertos. En este lugar, de manantiales de agua y tallos inclinados o caídos, por los vientos y la lluvia del huracán, productores y comerciantes como Emilio y Sergio trabajaron en la fumigación con abonos foliares para reforzar el floreado final de temporada y rescatar, el fin de semana, entre 10 y 20 por ciento de lo que normalmente cosechan, para su posterior venta (con incremento de precios este año por baja producción) en el mercado central tixtleco o para clientes de otros municipios, “tratamos que nos quede un poquito más de lo que invertimos”. Labrando, fumigando y limpiando regularmente en soledad, entre tierras en desuso y/o descuidadas por años, dicen que los jóvenes ya no trabajan tanto en el campo porque prefieren estudiar, o ven que no representa un empleo sustentable, y los señores grandes han fallecido o se han enfermado y tienen secuelas, por ejemplo tras padecer Covid-19. Pero ellos le siguen: don Emilio –que de chamaco labra y siembra- asegura que “aquí la pasa uno bien, tranquilo, respirando aire fresco”, y para Sergio –con más de 20 años en la siembra de temporada- se trata de “seguir con las tradiciones que nos han inculcado nuestros papás, nuestros tíos, la gente que vemos que se dedicaba a esto”.
Pablo Israel Vázquez Sosa
En el valle de la siembra de flores y verduras en el barrio de El Santuario, en Tixtla, concretamente en el Paraje de la Zanja, el agua cristalina baja naturalmente de los cerros y se canaliza en un pequeño encauzamiento que va a dar a los puntos de sembradío; en estas fechas, todavía de cempasúchil, nube y terciopelo, sobre todo, en el marco de este Día de Muertos.
El río más cercano a esta zona es el de Cocuilpa, detalla el tixtleco Emilio Crispín, de alrededor de 30 años viniendo a estas tierras de labor a preparar tierra, echar semilla y cuidar las flores con los químicos que por supuesto no le afecten.
“Desde chamaco ando trabajando, como a los 12 años”, dice el campesino, de actuales 62 años, quien asegura que a lo largo del año se dan las flores para venta importante en fechas como Día de las Madres, el 11 y 12 de diciembre, por la Virgen de Guadalupe, y en el marco de los Días de Muertos de inicio de este mes.
– ¿Y a usted quién le enseñó a trabajar la tierra?
– Mis papás, cuando vivían, Sabino Crispín y doña Alberta. Ellos empezaron y nosotros le empezamos ya grandes, ellos nos enseñaron y fuimos aprendiendo poco a poco.
Una situación entonces muy diferente a la actualidad, porque abundan los invernaderos de flores; dice que unas blancas, “como yo no las siembro no sé sus nombres; las van a traer no sé en qué parte, traen su producto y siembran”.
– Un chamaco aprendiz, ¿Qué empieza a hacer en estos campos?
– Cosas sencillas, quitarle la hierba a la plantita, a pasar a limpiar-, responde, al recordar que a los chamacos de su tiempo “casi no nos daban estudios”, por eso básicamente se ha dedicado a esto, a las labores del campo: verduras y flores, “maíz casi no, está chico el terreno”.
Descalzo, entre el lodo, en momentos en que fumigaba las flores sobre todo de cempasúchil y terciopelo, detalla que él echa líquido metalkil “para la mancha, aparte para matar insectos”.
Como cada año, a fines de octubre, campesinos de la zona como don Emilio iniciaron el corte de la flor, para que de inmediato, los días 1º y 2 de noviembre, se venda la flor en cadena, para adorno de cruces y en manojo sobre todo en el mercado local, en el centro tixtleco, en la zona de la venta de las flores, frente a la primaria Ignacio Manuel Altamirano, “me ayudan mis hijos”, que son cuatro pero trabajan en otras ocupaciones, no tanto en el campo.
Don Sabino y doña Alberta, sus papás, también se iban a vender al mercado, aunque también salían del municipio, llegando a Chilpancingo y hasta Acapulco, “nomás ellos iban”.
Rescatar lo que se pueda tras la inundación
– ¿Desde cuándo empieza a echar semilla?
– Como en junio echamos el pachole, se trasplanta; se echa aparte, por matitas son cuatro, cinco pacholitos-, dice sobre la semilla, cuyos tallos van desarrollándose en grupos, precisamente, de lo que serán las flores. Para eso van a pasar tres meses, desde el pachole hasta el corte de la flor.
Este año fue de especial complicación para la producción de las flores de Tixtla porque a fines de septiembre llovió fuerte y constante por los efectos del huracán John, que –como también se sabe- causó inundaciones sobre todo en las partes bajas de la cabecera municipal, tanto en barrios como zonas de cultivo, como aquí, “se puso mal como donde quiera, estuvo parejo”.
– Esto no debiera estar así, debiera estar derechita-, muestra muchos tallos o muy inclinados o de plano caídos, como consecuencia de los fuertes vientos y el flujo del agua durante el huracán, que arrasaron con buena parte de la producción de flores, de verduras como col y de milpas del elote, “todo lo que tira se daña, se pone prieta y ya no sirve; ya vio que está tirado donde quiera, por el aire, ese que se cae por la humedad se daña”.
La venta tradicional en los campos de Tixtla se lleva a cabo por rollo de las flores, también en cadenas por docena, dependiendo de las hectáreas donde se trabajó, “ya no siembro mucho, ya no puedo sembrar más, poco nomás; antes sí sembré muchito”.
Entre 50 a 100 rollos de flores ha estado produciendo don Emilio, quien adelantaba a fines de mes que para este año su producción iría a bajar hasta la mitad “aquí es poco, pero en La Laguna se perdió todo”.
Desde hace años, en la cabecera municipal se ha solicitado un canal que encauce en los días de excedente del agua en La Laguna, cuerpo de agua vital para proveerse del vital líquido para las siembras anuales que en casos como el huracán John se desborda, con afectaciones ya conocidas y registradas como en el 2013, con la tormenta Manuel y el huracán Ingrid: un desborde del agua que alcanza viviendas, negocios, vialidades y, se reitera, zonas de cultivos sobre todo en este barrio de campesinos, “está bien tapado todo”.
Ello incide, por consiguiente, en los precios finales para los compradores de col, cebolla, cilantro y las especies de flores para las ofrendas y demás actividades relacionadas con Días de Muertos. De hecho se confirmó este fin de semana, en las compras en mercados y en las calles, el encarecimiento de los productos de los campos tixtlecos.
– ¿La venta de la flor le da para vivir?
– Sí, todo el tiempo está uno cosechando verduras, esto, y empieza otro (temporal de siembra), poco a poco, sembramos a medias.
– Aquí no se veía el terreno, estaba bien tapado todo de agua-, recuerda don Emilio de aquellos últimos días de septiembre, quien al ver que bajaba el nivel dice que fue echando líquido o “medicina” para ir rescatando la flor que se pudiera, “ya que se había oreado (en el sol) empezamos a fumigarle arriba, abajo, para que no se pudra el tallo”, eso sí, lo reconoce: “no es como pensábamos que estuviera, se perdió casi la mayoría”.
Don Emilio y demás productores esperaban un precio fijado y acordado para la venta a la población, “vienen personas a preguntar, a comprar, y le damos los precios”.
En años pasados cada rollo se vendió a 100 pesos en promedio; este Día de Muertos el rollo se vendió entre 130 a 150 pesos.
– Usted, ¿A qué hora empieza a trabajarle en estas fechas?
– Según pidan la flor, qué día la quieren, en la noche, de día. La mayoría se corta en la noche.
– Aun con todo, ¿Le gusta su labor, don Emilio?
– Sí, aquí la pasa uno bien, tranquilo, respirando aire fresco. Se trabaja al principio, cuando se labra la tierra, empieza uno a moverla, ahorita nomás ando fumigando, limpiando.
Seguirle sembrando, aunque sean menos
– Casi ya no hay-, responde sobre si le está enseñando labores del campo a algún chamaco, “por ejemplo aquí ya no siembran; sembrando, de juventud, ahora ya no”.
Asegura que hay menos personas trabajando en la zona por edad de los productores –muchos acercándose o ya en tercera edad- y los más jóvenes porque prefieren irse a estudiar, “hay señores de antes, son contados, antes sí había mucha gente”.
Don Emilio incluso señala parte de un terreno ya en descuido, “tiene dos años que no la siembran”.
En esta misma zona extensa del cultivo en El Santuario, el campesino Sergio detalla que la siembra anual es de col, lechuga, rábano, cilantro, cebolla, pipisa, pero en estas fechas lo que predomina es la cosecha y corte de la flor de temporada.
Mientras ya cortaba las flores para vender también en el mercado y para personas de otros municipios, que ya tiene ‘aclientados’ desde hace años, adelanta que para estas fechas “va a haber mucha escasez” también de las verduras, igualmente por los efectos del paso del huracán John en septiembre, “esos sí están por los aires, se ha incrementado un poquito más; por lo general las tierras ya estaban con sus cosechas, antes de las lluvias ya estaban sembradas, pero por demasiada agua se pudrió toda la planta por exceso de agua”.
Como don Emilio, el joven asegura que lo rescatable en cosechas se ubica en las partes altas de la zona, como en el Tezoquite, aquí donde “todas las plantas, las hortalizas, que se riegan, son regadas con aguas de manantial propio, todos los terrenos tienen un manantial, es agua limpia”.
Mientras tanto, “a rescatar lo que se puede”, apenas un 10 o 20 por ciento del total de lo que se siembra habitualmente en este punto, “como ya era la última fase, ya sea de floración, le tuvimos que meter más abonos foliares para que no se perdiera y pudiéramos cosechar algo”, lo que también confirma que implica más gasto como productores.
“Varía, los precios no son fijos en el mercado”, detalla, al ser también –junto a su familia- vendedor de flores en aquel lugar, “la cadena, por mucho, (está a) 20 pesos”, aunque tampoco sabía al momento de esta plática a cuánto se fijarían los precios al público en esta temporada, “todo va a depender de cómo la gente de fuera venga a comprar. Tratamos que nos quede un poquito más de lo que invertimos”.
Sergio -con más de veinte años sembrando en el campo de su municipio- trabajaba en la última fumigada para que la planta se vaya regenerando más “y termine de florear, la poca que se vamos a producir”.
El también vecino del barrio de El Santuario reconoce igualmente que ha bajado el número de campesinos en la zona, “la agricultura para las nuevas generaciones no representa un empleo sustentable, pero no nos ponemos a pensar que si no producimos los del campo, ¿De dónde se van a tomar todos nuestros alimentos?, la mayor parte proviene del campo”.
También influyen la edad y que incluso hubo casos de viejos campesinos enfermos por el Covid-19 hace cuatro años, quienes fallecieron o quedaron con secuelas que les impiden regresar a sembrar, “se sigue en el oficio, una, porque es una fuente de trabajo donde tú eres tu propio patrón y decides qué tanto tiempo le inviertes”.
– ¿Y qué te genera sacar una buena flor, colorida, rebosante?
– Una gran satisfacción, seguir con las tradiciones que nos han inculcado nuestros papás, nuestros tíos, la gente que vemos que se dedicaba a esto.