Siguen siendo las y los capitalinos de a pie, sociedad civil, estudiantes, trabajadores, representantes de barrios y colonias, por supuesto sus colaboradores y acompañantes de la pasada campaña, quienes se han encargado de mantener viva la flama moral del legado pacificador de Alejandro Arcos Catalán, quien en este marco de los días de Fieles Difuntos, desde ya, está siendo objeto de nuevo de muestras de cariño, de buen recuerdo, como también del dolor ante la pérdida trágica que aun a la fecha se mantiene sin esclarecer.
En el contexto actual de muy evidente silencio de quienes fueron sus compañeros de partido, en este caso del PRD –dirigentes, liderazgos regionales y tribus internas, las que quedan-, hay otro incómodo silencio que se percibe de parte de los imprevistos integrantes de la ahora nueva estructura del gobierno de Chilpancingo: el presidente municipal –que se ha empoderado tanto como ese lastre de sus dos hijos, ahora mandones e influyentes en palacio municipal-, síndicos, regidores, secretarios, mandos medios y bajos que llegaron desplazando a la primera generación del cambio y la esperanza, la encabezada por el joven perredista chilpancingueño, para ahora empezar a tomar protesta, a posar en las fotos, a exhibirse en sus redes sociales, como si nada pasara, como si no prefirieran ver que hay un gran sector de población que exige, además de resultados y eficiencia que no se han visto en estos días de nueva administración, un mayor compromiso institucional en la presión para que el asesinato del alcalde electo en las urnas, Alejandro Arcos, sea debidamente esclarecido.
Ahora, el alcalde Gustavo Alarcón Herrera –ahora visto como un dócil presidente municipal, calladito, sumiso- prefiere hacer como que nada ocurrió sin querer caer en cuenta que en base a una histórica tragedia, gravísima, todavía sin detenciones ni castigo, llegó al puesto que por años estuvo ansiando, tanto en partidos de izquierda como de derecha; ya ni una mención a la figura y ejemplo de Alejandro, menos una exigencia de justicia ante el crimen; ya ni hablar del político que indirectamente lo llevó al puesto. Ahora todo lo que represente Alejandro Arcos en el ayuntamiento se ha metido bajo el tapete y la tendencia es ir sobrellevando la administración, en medio de un crecente descrédito social y cada vez más preguntas en las calles: ¿A qué llegó al cargo Gustavo Alarcón si no se ven operación y trabajo en las calles y demás vías públicas?, ¿Por qué ahora su permanente silencio ante el impune homicidio?, incluso, ¿Cuánto va a tardar en el cargo un personaje gris, rebasado por las circunstancias y hasta por la historia actual de la ciudad que dice gobernar?, ¿Hasta cuándo Gustavo Alarcón va a tirar la toalla, sabedor de que una cosa es administrar un sanatorio venido a menos a toda una capital del estado?
Entre la “amnesia” de los ahora mandones en el gobierno de Chilpancingo –por supuesto, no se habla de Gustavo Alarcón- la ciudadanía de a pie, la que sí tiene dolor, memoria, dignidad y preguntas sin respuesta, sigue recordando a su presidente Alejandro Arcos Catalán; ahora que a las y los capitalinos le han quitado su poder municipal, que se encarnó en la potestad institucional del joven asesinado, no les queda más que demostrar la honra, el respeto, hasta el amor hacia a su alcalde arrebatado de manera trágica…sentimientos buenos que, por supuesto, no van a generar nunca el ahora alcalde y sus nuevos aprovechados.