ALACRÁN SON: música, propuesta y legado desde Tixtla

Todo empezó con “una trampa”: el igualteco Ruffo Cantú “con sus secuaces”, Luis Eleuterio y José Servín, llegaron a casa de Ángel González, un nacido en el folclor de Tixtla pero entonces –en 2012- alejado del son y el fandango, pero con otras agrupaciones musicales versátiles -en el ambiente desde chamaco por su papá, el trompetista Rodolfo González-. Juguito de maguey de por medio, llegaron al barrio de El Santuario, en un festejo a la Virgen de la Natividad en mayo, “al otro día nos reencontramos y empezaron a decir ‘por qué no formamos un grupo’”, recuerda el ahora autor y arreglista de unos 40-60 sones, cofundador de Alacrán Son –que también integran sus hijos Adriana y Danilo- y, desde hace diez años, impulsor junto al maestro Ruffo de la Escuela del Son Tixtleco en la calle López, que en agosto celebra la década luego de –entre colaboraciones, producción de discos y presentaciones locales y fuera del estado- la enseñanza desde cero a alrededor de 100 niñas, niños y jóvenes, la conformación de 22-23 agrupaciones, así como la asesoría y acompañamiento a otros músicos y grupos, “un trabajo altruista” –dice Ruffo, que ha aportado instrumentación y hasta calzado especial- que se ejemplifica con Isabel González, que empezó desde los 10 años a ejecutar vihuela, a tapear y cantar, ahora integrante de Tlayolotl con su hermana y hermanos, también surgidos de esta escuela que, además de promover un son contemporáneo, que respeta y canta son tradicional, también en Alacrán Son –con letras y arreglos de Ángel- prioriza la identidad propia, el son tixtleco, “si tienes habilidad, posibilidad, de hacer algo diferente, que guste, ¿Por qué no lo vas a hacer?”, establece Ángel; por su parte, su compadre Ruffo llama a ambas iniciativas, por cierto autogestivas, “una oportunidad de vida, de desarrollo personal”, lo que sirve a la juventud como buen pasamiento, asegura Isabel. “Estos niños y niñas, al venir aquí, rompen con una tendencia hacia asuntos que no queremos que lleguen”, finaliza el profesor, doctor en Pedagogía, vihuelista y voz, Ruffo Cantú, “vale la pena estar aquí”.

Pablo Israel Vázquez Sosa

En la Escuela del Son Tixtleco desde hace diez años, Isabel González Bello, nacida el 5 de julio del 2004, en Tixtla -ahora de las alumnas más avanzadas en este lugar, con presentaciones hasta fuera de Guerrero-, aprendió aquí a ejecutar vihuela, además a ser primera y segunda voz, también a tapear y a bailar sones, “estoy ahorita empezando con arpa”.

El profesor Ruffo Cantú Lagunas, nacido el 23 de febrero de 1961 en Iguala, también doctorado en Pedagogía, llegó a trabajar primero a Chilpancingo, “me vinculo con amigos profesores de Tixtla y decido incluso venir a vivir para acá; me atrae mucho la cultura, Tixtla me recuerda mucho mi pueblo cuando era niño. Vale la pena estar aquí”.

En Alacrán Son el profesor toca vihuela y es primera voz, “un poco de cajón; compramos un arpa, mi compadre tuvo que aprender a tocar el arpa para enseñar; su hijo es un virtuoso, es artista de nuestro grupo”.

Cuando habla de su compadre, el entrevistado se refiere al maestro Ángel González Astudillo, nacido el 2 de octubre de 1968, en Tixtla, cofundador hace casi diez años de esta escuela, ubicada aquí en su vivienda en la calle López, en la cabecera municipal de Tixtla, a donde Vértice llegó a propósito de las actividades a este año, por la década de la iniciativa y por los 13 años de su agrupación, también de sones propios, Alacrán Son.

La trampa y juguito de maguey: surge Alacrán Son

Cuando Ruffo conoce a Ángel, éste era integrante del grupo Los Abajeños, lo integró y el profesor empezó a participar en los tradicionales fandangos tixtlecos, además en eventos donde los contrataban, “acompañamos a mi compadre con el sonido, se empezó a usar el sonido”.

En ese marco hablaron de conformar otra iniciativa y se les sumó el igualteco Luis Eleuterio Bahena en vihuela; el ahora radicado en Ciudad de México, José El Negro Servín; después entraría en arpa Danilo González, hijo de Ángel, aunque antes estuvo en el tapeo.

– Yo nací en el folclor, por así decirlo-, interviene Ángel, de familia de músicos, desde su papá, “somos seis hermanos hombres músicos y dos mujeres; mi papá Rodolfo González Basilio tenía un grupo cuando nacimos y nos fue integrando, fue un grupo versátil”.

Primero don Rodolfo, él trompetista, integró la Sonora Kahlúa, tuvo después un grupo de cumbias y baladas, pasó a ejecutar órgano eléctrico y en ese lapso sus hijos iban creciendo, “recuerdo tener 3, 4 años, cuando puso una guitarra en mis manos”.

Don Rodolfo, además de fundar los grupos Notas Musicales y Sony, también estaba en el folclor del fandango, de hecho se desarrolló musicalmente a la par, ejecutando versátil, es decir cumbia y balada, al igual que Ángel y sus hermanos, “tengo fortuna de tocar desde cajón de tapeo, vihuela, arpa; voces, primera, segunda, tercera”. Por supuesto, hasta composición de sones, que llama contemporáneos y más adelanta explicará por qué la denominación.

– ¿Tú papá integró alguna agrupación de son?

– Ahí sí yo fui la oveja negra-, responde riendo Ángel, quien se empezó a relacionar con los soneros de su tierra y siendo invitado a integrarse, a sus 18-20 años, a la agrupación del maestro Vicente González, precisamente Los Abajeños.

Eran tiempos en que llegaron a alternar con agrupaciones muy tradicionales y de aporte en el son, como Azohuastles y As del Sur. Tuvo Ángel una segunda época con Abajeños, cuando lo dirigió su tío Cirino López.

“Me tendieron una trampa”, recuerda Ángel sobre el origen de Alacrán Son: llegaron a su casa, en el 30 de mayo del 2012, el profesor Ruffo “con sus secuaces”, Luis y El Negro Servín, por entonces él alejado, desde hace 6-7 años, del ambiente en el son de su ciudad (sólo dice que “se empezaron a dar jaloneos…no se da mucho”, ironiza), pero siempre en la música: ya tenía la agrupación Contratiempo, después Tecnobanda Familia Show.

Mientras los cuatro departían con “juguito de maguey”, al paso de las horas, El Negro soltó: “qué te parece si vamos al fandango máster”, primero con la renuencia de Ángel….”después ya no supe de mí” (ríe).

Se celebraba a la Virgen de la Natividad y el grupo llegó a la plazoleta del barrio de El Santuario, “tocamos. Al otro día nos reencontramos, ¡nos rehidratamos!, y ellos empezaron a decir ‘por qué no formamos un grupo, sin ensayar tocamos bien’”.

Producciones, integrantes y generaciones

El profesor Ruffo recuerda que un arreglo musical, de su compadre Ángel, fue a una canción La Cumbia del Alacrán, así que El Alacrán fue un son que tocaban los cuatro. Así que entre Son Alacrán, o Alacrán Son, por decisión se quedó esta segunda propuesta.

Y se aprendieron, primeramente, los sones de antaño de Tixtla, que llaman tradicionales (hay quienes les llaman “son viejo”), aunque ya había sones propios que habían estado tocando, como El Son de los Tigres, del Alacrán, El Tlacololero, Tlacuachito, El Rebozo, “que tuvieron auge entre músicos y bailadores”.

Actualmente también el profesor Ruffo tiene composiciones, además de los hijos de Ángel, Adriana y Danilo, también de Alacrán Son.

Desde entonces las presentaciones han sido fuera de Guerrero y estos músicos han ganado concursos nacionales, ya con la joven Isabel participando, hace diez años, todavía pequeña, como bailadora primero, después en instrumentación y voz.

Ella –de 10 años- y sus hermanos se integran a la Escuela del Son Tixtleco, primer a tapear, hasta ser primera y segunda voz, además vueltas, arranca zacates y remates en el zapateo sobre tarima.

Isabel, Wendy Nayeli, César Yahir y Juan Antonio conformaron Tlayolotl, con presentaciones en sedes de gobierno de la capital y la Ciudad de México, como en el Senado de la República.

A prácticamente diez años de esta escuela, han sido alrededor de 100 niñas, niños y jóvenes que han aprendido con los maestros, que han incidido en la conformación de 22, 23 agrupaciones de son tixtleco, “aparte mi compadre ha asesorado a otros grupos”, dice Ruffo.

– Hay gente que defiende que ser músico tradicional es tocar llanamente-, interviene Ángel, de oído musical más desarrollado que pone, luego luego, a afinar instrumentación a los recién llegados, “vas a proyectar algo siempre, la gente te está oyendo; imagínate, a tu sentimiento le pones toda la técnica en la música, qué resultado hay”.

Los discos Un son para mi tarima, Calles de Tixtla y Cuna tixtleca, así como una colaboración con la cantante igualteca Mahana Lovera, están entre las producciones de la agrupación, que también tienen Personajes, una producción de apenas el año pasado.

Actualmente Ángel, Ruffo, Eleuterio, Danilo, Adriana y la esposa del compositor, Lulú Pascacio, son parte de Alacrán Son, a veces integrándose Isabel, enfocada en al aprendizaje del arpa.

En el marco de la celebración de diez años de la escuela, que se prevé para el 16 de agosto, los maestros están convocando y hasta buscando a ex alumnas y alumnos, para que se conformen en grupos y se presenten ese día, hasta para que graben y dejar con ello testimonio tradicional-musical, en video y audio, hasta para la posteridad.

Son tixtleco que aporta socialmente

– Son tixtleco, le llamamos-, se apura a aclarar Ángel a la pregunta de cuántas “canciones” lleva compuestas.

– Hay una gran diferencia-, asegura el maestro, autor de son que denomina básico, el de cuatro estrofas y un estribillo, repetido después de la estrofa, como ‘el cuerpo’ de cada título, “el son se canta en primera, segunda y tercera voz siempre, aunque a veces dos voces, y cantan al unísono. Nosotros, como Alacrán Son, y algunos grupos en la escuela, ya estamos incurriendo en tres voces al cantar el son tixtleco”.

Enfatiza el maestro en llamar son tixtleco, “que se desprende del son de tarima; no es que hayamos encontrado el hilo negro, o estemos dando el nombre de son tixtleco a nuestro antojo: hace muchas generaciones alguien le llamó son tixtleco, nosotros quisimos retomar ese nombre. Incluso hay personas que dicen ‘esto no son sones, son canciones’”.

– Nosotros, lo que queremos hacer, lo que se hace aquí de música, se reconozca en una expresión mucho más simplificada-, interviene Ruffo Cantú, “cuando uno dice son de tarima, y vas a Ciudad de México o un congreso nacional de danza, lo que te dice el maestro es ‘¿De dónde?, ¿Veracruz, Jalisco, Colima, de dónde tu tarima?’, como lo hicieron los veracruzanos: por mucho tiempo fue son veracruzano, de pronto aparece la denominación de son jarocho; como el son huasteco, y nosotros, ¿Por qué no, si son sones creados en Tixtla, generados en Tixtla, con esa base musical del son, no se pueda llamar son tixtleco?”.

Como en el mundo, toda la música evoluciona, recuerda el maestro igualteco, “nosotros hablamos de tocar una parte del son tradicional, también –un término que mi compadre citó hace un momento-, el son contemporáneo, el que se hace actualmente; hay músicos que han escrito sones el año pasado, hace cinco años, y no tiene nada que ver con aquellos sones viejos”.

Más allá de afinación y hasta medición, la música también tiene que ser a gusto, es otra premisa de Ángel, “y si tienes habilidad, posibilidad, de hacer algo diferente, que suene diferente, y que guste, ¿Por qué no lo vas a hacer?”.

Así que sones y no canciones, de los que Ángel es autor-arreglista de entre 40 a 60, autor como sus hijos, compositores en su propio proyecto, Al Son de María.

– Una oportunidad de vida, de desarrollo personal-, dice Ruffo Cantú -también profesor de Danza y padrino de la escuela que ha aportado instrumentación, hasta calzado para presentaciones- sobre lo que significan Alacrán Son y la Escuela del Son Tixtleco, quien convoca a que desde las primarias y secundarias se promueva educación musical-artística relacionada con el son y el fandango.

Ángel, finalmente, adelanta que Alacrán Son trabaja en otra producción a este año, son sones tanto contemporáneos como tradicionales. A mediados de mayo tendrán una presentación en el barrio de San Isidro.

Isabel dice que el grupo y la escuela también le han significado mucho, además porque los tiempos actuales no están como para andar tanto en la calle, “el pasatiempo es la música, el baile”.

La Escuela del Son Tixtleco se abre de lunes a jueves, de 4 a 6 de la tarde, para público en general, con clases por cierto sin costo alguno, “es un trabajo altruista, de todos. Estos niños y niñas, al venir aquí, rompen con una tendencia hacia asuntos que no queremos que lleguen”.

 

 

 

 

 

 

 

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