“¡Ponte uno de Los Manueles, están nuevos!”, le han dicho en casa, medio en broma y en serio, cada que dice que no tiene pantalones, a quien lleva ya 22 años en el autofinanciamiento (creando-enseñando y vendiendo), además en la difusión, elaboración, organización, colaboración y montaje de baile folclórico, licenciado en Educación Artística, con especialidad en Danza, que conoció y ejerció con el maestro universitario Alfredo Mancilla, quien además de conformar grupos dancísticos y dar talleres de pintura en Mochitlán y escuelas públicas y privadas, ha compilado trajes completos de bailes folclóricos de estados del país, de danzas tradicionales de Guerrero, para pastorelas y montajes teatrales; se ha hecho (por su conocimiento en carpintería) de máscaras hasta en moldes y para venta; accesorios para danzas, material educativo, hasta prendas de propia inventiva, y ha colaborado elaborando carteles y reconocimientos del Día del Tlacololero en el barrio de San Antonio de este Chilpancingo donde lleva toda la vida (porque nació en la comunidad de Mazatlán), que por poco se ve truncada al ser hospitalizado en coma en el 2012: golpeado, dejado en coma, todavía con secuelas motrices, además de retomar la enseñanza del baile en la Técnica 185, donde llegó en bastón y a la fecha continúa trabajando, se adentró a la pintura y, de hecho, tiene un pendiente creativo personal, que es plasmar lo que vio al borde de la muerte: un campo con muchas flores, un lugar que no conocía, “se veía padre (…) así quiero pintarme, así me voy a dibujar”, dice el vecino de la colonia Guerrero, quien sostiene que salió del coma por los “te extraño mucho” de sus hijas y porque amigos y familiares “hicieron mucha oración por mí. Le agradezco a todas las personas que me quieren”.
Pablo Israel Vázquez Sosa
Nacido el 21 de noviembre de 1976 en la comunidad capitalina de Mazatlán, “desde los años que llevo” el maestro ha radicado en Chilpancingo y más concretamente en la colonia Guerrero de esta capital, aquí donde transcurre esta plática.
– Bailé mucho tiempo en el ballet folclórico Citlali, de Alfredo Mancilla-, recuerda el capitalino sobre su acercamiento a la cultura y las tradiciones, “fui bailarín con él durante casi 18 años”. Pero el entonces universitario quería ser arquitecto, en parte por su gusto y talento por los trazos en dibujo, aunque supo después que es una carrera algo costosa y no tenía los medios para ingresar.
La idea de ser maestro de Artes fue dándose cuando, a la espera de iniciar los ensayos en el Citlali, el joven se acercaba a los talleres que había en Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro), como de elaboración de máscaras o de teatro, “soy una persona visual, nada más observando aprendo las cosas”.
Escuelas y certámenes de danza
– La misma actividad artística te genera hacer este tipo de cosas-, así que Juan Carlos llama una virtud en él de querer desarrollarse, primero, en líneas, trazos y diseño, lo que no dejó –incluso cuando no se dio el ingreso a Arquitectura- y fue potenciando al paso de los años, al ir elaborando su propio equipamiento y accesorios, sea para danza folclórica o algún montaje teatral; también, al estudiar Licenciatura en Danza Folclórica en el colegio Simón Bolívar en Tixtla, “en ese tiempo eran seis años; me dieron clase muchos maestros: José Luis Alcaraz, Felipe Hernández, José Antonio. Egresé de ahí, soy licenciado en Educación Artística, especialidad en Danza Folclórica. Estoy ejerciendo como maestro de Danza”.
De hecho, todavía estudiante, Juan Carlos empezaba a ejercer en colegios particulares, “mi primer trabajo fue en el Colegio Americano en Chilpancingo, me dio la oportunidad un maestro –en paz descanse-, Justo Reyes, (quien le dijo) ‘puedes bailar y eres bueno’. Se cerró el colegio y me pasé al (colegio) México, todavía era estudiante”.
Recuerda el maestro que entonces había muchos encuentros de danza en Tixtla, entre zonas escolares, con el grupo del maestro José Luis Alcaraz dominando esos eventos, “dije ‘le voy a entrar’ y afortunadamente tuvimos como tres años seguiditos con primeros lugares; era el grupo de danza del Colegio México”, con despliegues dancísticos de todos los estados.
Trabajó después en el Colegio Patria, posteriormente llegaría la vinculación a su todavía centro de trabajo: la secundaria Técnica 185, de la colonia El Amate, “tenía que buscar otras entraditas de dinero; posteriormente me fui al Centro Educativo Los Años Maravillosos, enfrente del Toronjil, hasta la vez sigo dando talleres de pintura”.
Titulado hace unos trece años, recuerda que cuando logró su plaza laboral-magisterial, de nivel federal, estaba dando clase en el municipio de Mochitlán, “me dieron una clave administrativa. Allá atendía el grupo de danza en la secundaria José María Morelos y Pavón, después me empezaron a llamar unos políticos, me jalan para tener el grupo de danza del ayuntamiento”, así durante dos periodos municipales, siendo incluso trabajador del ayuntamiento reconocido como maestro de Danza, “tenía un taller en Mochitlán, teníamos muchas saliditas; después pedí mi cambio con un señor y llegué a la Técnica, tengo 22 años de servicio”.
– Yo puedo trabajar la danza, dame oportunidad para que prepare grupo de danza-, le decía el trabajador administrativo al entonces director de la secundaria capitalina, con dos maestros de Danza, “sé que te puedo generar un buen trabajo”, sostenía Juan Carlos, “me da la oportunidad y afortunadamente ganamos el primer lugar en danza folclórica”.
De eso, hace aproximadamente diez años. El maestro y alumnos, participando en encuentros interescolares, después de zona, para pasar a los de nivel estatal, así durante años seguidos, bajo dirección del entrevistado.
Regreso a la vida: máscaras, trajes y creación
Juan Carlos es un sobreviviente de una internación hospitalaria al verse grave en su estado de salud, “estuve en coma, me golpearon, fue en el 2012”.
Era todavía administrativo en la Técnica 185 y empezaba a elaborar máscaras tradicionales para danzas, “tengo bastantes moldes de diferentes máscaras”.
– Tuve un accidente, me golpearon, me dejaron en coma, muerto-, dice el entrevistado, quien se confiesa y dice no recordar las causas porque estaba alcoholizado, “me quitaron la moto, todo”.
Dice el maestro que sí recuerda, bien y mucho, durante su periodo de coma, que veía un campo abierto con muchas flores, un lugar que no conocía, “se veía padre: montañas, flores a lo lejos, así quiero pintarme, así me voy a dibujar: con una muerte viéndome, en medio voy a dibujar los paisajes que veía cuando estaba en coma”.
Asegura que también oía a sus hijas decirle “papá, te extraño mucho, ya te quiero ver”, incluso “dice mi esposa que esas fueron las vocecitas que me despertaron….porque me iban a desconectar, estaba intubado; inconsciente tardé como seis días”.
Un día más conectado, pidió la esposa de Juan Carlos, quien logró esas horas extras y en ese lapso de horas despertó, “tardé como seis meses para recuperarme; tenía una enfermedad, me dijo el doctor: discinesia tardía (trastorno de movimientos involuntarios y anormales en el cuerpo), ya aquí en mi casa. No caminaba, estaba en silla de ruedas. Dije ‘voy a caminar’”.
Aun con secuelas porque anda siempre mareado, Juan Carlos se fue recuperando, tanto que después regresó a enseñar danza a la Técnica, incluso apoyándose en un bastón, guiando los tiempos a los alumnos con sonido de un tamborcito para danza, “en ese mismo año ganamos otra vez el primer lugar”.
– Como ya no tengo tanta movilidad para bailar, tengo una discapacidad motriz, se llama hemiparesia derecha, después surge la forma de pintar. Me ha servido de terapia-, dice Juan Carlos, al recordar aquel gusto por el trazo y la línea porque quiso ser arquitecto, “me he apoyado con compañeros que saben dibujar, he hecho retrato”.
Con conocimiento de oficios, como carpintería, que le enseñó su papá albañil, don Eleuterio Miguel, el maestro tiene herramientas para moldear, cortar y detallar, así que por mera iniciativa empezó a confeccionar prendas, máscaras inéditas y accesorios también exclusivos, como uno de la Muerte con un báculo de palos, palo y raíz, fierros, papel maché y hasta lucecitas. Tiene en mente otros personajes, como Charro o La Llorona, porque planea montar obra sobre leyendas del país, “todas mis creaciones no las hago con cuestión de vender, las llego a rentar”, aunque algo curioso pasó con el traje de la Muerte: como su hija le pidió salir a pedir calaverita hace un año, por el Día de Muertos, se le ocurrió salir ataviado con la prenda, máscara, guantes y el báculo; fueron al centro y “todo mundo quería una foto con ese disfraz, se ve realista; una señora me dice ‘no sea tonto, es cooperación voluntaria’, ahí nació…no junte tanto, sí algo moderado, para mí”, así que este pasado mes volvió a salir pero con la idea previa de pedir cooperación para la foto en las calles de la ciudad.
– Tienes muchas prendas para danza, representaciones, fechas decembrinas, baile folclórico, ¿Cómo te fuiste haciendo de tantas piezas?-, se le pregunta.
Responde Juan Carlos con un dicho de su esposa: el artista llega a no comprar cosas personales, como pantalones, con tal de ampliar su equipo o insumos para eso que le gusta, “prefieres andar comprando ropa de danza que comprar para ti, ¡ponte uno de Los Manueles, están nuevos!”.
– Todo surge de creaciones, por ejemplo voy pintando, he vendido cuadros, eso mismo lo voy generando en economía circular-, asegura quien ya ni sabe cuántas prendas tiene acopiadas en casa, “tengo varios estados de la República, danzas de Chiapas, polkas de Chihuahua, chilenas de la Costa Chica, tarima de Tixtla, Manueles, Diablos, vestuarios de Tigre, de pastorelas, trajes de payaso que he diseñado. Cuando monto obras soy el mismo productor”.
Además el maestro se hace bastidores y marcos para pinturas, rifles, hasta muestra una ruleta educativa igualmente hecha de madera, pintada.
Los planes y esa pintura pendiente
– Estoy activo todo el año-, dice quien, además, ha estado impartiendo talleres de pintura también en la prepa 33 de la capital, además a niñas y niños de Los Años Maravillosos; los fines de semana se reúne con el alumnado de la Técnica para aprender danza y pintura, “en enero llegan otros proyectos junto con amigos, ya tenemos en mente una obra de teatro que estamos trabajando con Cuauhtémoc Astudillo, con Alfonso Nava, que me dan dando pautas”.
Por cierto, con el promotor de tradición del barrio de San Antonio, Alfonso Nava, mantiene coordinación en el marco del Día del Tlacololero, elaborando el cartel oficial de anuncio de esa actividad. A la fecha son unos carteles de su autoría, además de que escribe y diseña los reconocimientos que se entregan para la ocasión.
Desde su inicio en la actividad difusora y creadora de tradición, arte y folclor, que inicia desde Mochitlán, Juan Carlos dice que han sido 22 años de actividad prácticamente ininterrumpida, si acaso detenida un tiempo por su hospitalización y recuperación.
– Pongámonos filosóficos, ¿Por qué crees que no moriste aquella vez, después de despertar del coma?
– ¿Por qué? Le agradezco a todas las personas que me quieren, que son mis amigos, porque hicieron mucha oración por mí, porque no me fui al otro mundo. Conozco tantos amigos que creo que realmente pidieron mucho por mí, mi padre también. Siento que no fui porque muchas personas pidieron por mí, siento que va por ahí.
– Ese paisaje que viste, estando en coma, ¿A dónde crees que haya ido a dar?
– Pues no sé si iba al cielo o al infierno, pero se veía bonito. No lo he pintado pero lo tengo clavado, es una tarea personal (pintarlo), me acuerdo de la frase de un pintor: “el artista no reproduce lo visible, lo hace visible”, y voy a hacer visible lo que viví después de la muerte.